Un camino de tierra con una imponente vista al lago Titicaca a su izquierda y montañas semiverdes a su derecha permiten llegar hasta Santiago de Ojje, un pueblo que vive de la agricultura, aunque el año pasado y lo que va de éste se vio azotado por la sequía.
La única fuente de ingresos se ve coartada ante la falta de lluvias y, a pesar de que tiene a la mano “una mina de oro” con las ruinas arqueológicas de Ch’uku Perka, éstas se entierran paulatinamente bajo el olvido de las autoridades. Página Siete estuvo en el lugar.
Hacia las ruinas
Al llegar a San Pablo Tiquina, por obligación los pasajeros deben bajar del bus, pues éste debe pasar vacío al otro lado del lago Titicaca en una plataforma gigante. Los visitantes también deben hacerlo, pero en una lancha, de otra manera los balseros no podrían conseguir su sustento de vida.
Este medio de transporte acuático, cuyo servicio cuesta 2 bolivianos, tiene capacidad para 20 a 25 personas, pero muy pocas veces se cumple aquello y los pasajeros deben ir parados y agarrarse de lo que puedan hasta llegar a su destino.
Tras unos minutos sobre el agua, al otro lado del estrecho, está San Pedro de Tiquina. Lo primero que se observa es un monumento a Manco Kapac y de fondo un mercadito de paredes blancas y grandes ventanas de vidrio. Los pasajeros vuelven a su bus y se pasan de largo rumbo a Copacabana sin mirar las maravillas de los pueblos de esta región, ya que no existe un centro turístico que dé a conocer que existen.
En los 30 minutos desde Tiquina hasta Santiago de Ojje se observan los sembradíos de papa, haba, oca, choclo y otros, pero las plantas están pequeñas y maltratadas por las heladas y la escasez de lluvias. Los productores de esta zona no pueden sacar agua del lago Titicaca porque no cuentan con bombas, así que deben esperar las precipitaciones. Es un drama y a eso se cuma que tienen al lado las ruinas de Ch’uku Perka, un “diamante en bruto” del que no pueden sacar provecho, aunque lo intentaron en 2016 y 2020.
Al lado izquierdo del camino, un hombre de polera café, sombrero, jean y guantes trabaja en la tierra, es don Mamerto Cordero, quien vive allí desde que nació, y que se ofrece para ser anfitrión y mostrar el “tesoro escondido”.
“Aquí sabíamos jugar cuando éramos niños, tirábamos una piedrita y sonaba en lo hondo. Debajo de esta piedra hay un túnel, pero no se puede entrar, no podemos levantar esta piedra”, cuenta mientras intenta lanzar una roca sin éxito, pues la entrada está casi cubierta por la tierra y las plantas. Se cree que allí hay un templete parecido al de Tiwanaku, pero aún sigue escondido.
Las ruinas, que datan de por lo menos 100 años antes de Cristo, están a unos 500 metros del camino, desapercibidas, debido a que están en un nivel más bajo, oculto a los ojos de cualquiera, pero caminando un poco se encuentra la mina arqueológica.
Lo primero que se distingue es una piedra cuadrada con un tallado encima. “Es una anaconda -dice Mamerto-, está enredando su cabecita, y eso tiene más de 2.000 años, esto estaba siempre (ahí), pero nadie le daba importancia. Estaba desde los (tiempos de los) abuelos”.
La mitad de la piedra tallada está pintada de negro porque estaba volteada en un foso, el agua provocó que el hierro que tiene la arenisca se oxide y se pinte oscurezca, pero su forma se mantiene. A su alrededor hay otras, las cuales no pueden ni deben moverse, a menos que sea bajo supervisión de especialistas profesionales, refiere el comunario.
En Ch’uku Perka, la mayoría de las piedras pesan más de una tonelada, están hechas de arenisca roja provenientes de canteras de desaguadero y Huaqui. Uno de los mitos relata el viaje de una víbora en un río de leche, que es la vía láctea, donde está presente la serpiente Ch’uku Perka. Otro indica que allí había un rey, un líder que se identificaba con el coraje de la serpiente. Y un tercero que refiere que allí era un fuerte militar de defensa.
“Según me cuentan, antes esto era Perú, allá en 1938 ha habido un canje. Esta piedra estaba bien acomodadita, ahora ya no está, está todo destrozado, queremos una restauración, nosotros queríamos hacer una restauración, pero no hay que tocarlo, tienen que venir arqueológicos. Hemos intentado generar recursos, hay que moverse, hay que dedicarse, pero los hermanos (pobladores) quieren ganar recursos rápido”, indica Mamerto.
De acuerdo con el arqueólogo Javier Mencías, Ch’uku Perka era un pequeño grupo de humanos que desarrollaban un sistema religioso que perdió peso o interés político, y todo el poder religioso y de culto se centralizó en Tiwanaku, dejando de lado este centro, pero convirtiéndolo en un satélite administrativo.
“Desde esta óptica, Santiago de Ojje (y otros aledaños) siguen siendo asentamientos extremadamente importantes porque nos explican cuál ha sido el fenómeno cultural, histórico, procesos sociológicos, políticos, administrativos que han dado pie a la centralización del poder en Tiwanaku”.
Agrega que cada año piden a las autoridades que apoyen en dicha restauración, no obstante su pedido no es escuchado.
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