Esta es la historia de un héroe de cuatro patas, pero que no tiene capa. Tampoco posee poderes extraordinarios, como volar, correr de una manera tan veloz como el viento o llevar una armadura indestructible… el Choco es un perrito que se hizo querer en Ciudad Satélite y que murió debido a los golpes que recibió; él, lo único que dio fue amor y protección.
En la actualidad tiene una estatua en la plaza central de la Ceja de El Alto, la cual siempre tiene flores frescas cerca de sus patas. Su historia está a punto de ser parte de una obra que se espera presentarán en la próxima Feria Internacional del Libro de La Paz.
De Boby a Choco
Su primer nombre fue Boby, cuando era cachorro tenía una familia que lo protegía y cuidaba. Él llevaba puntualmente las cintas de vacunación contra la rabia. Cuando era cachorro tenía todo el amor de sus “dueños”, sin embargo fue creciendo y comenzaron sus problemas.
El veterinario Félix Chambi Cari se anima a esbozar cómo fue cambiando de Boby a Choco. “Su principal ‘delito’ fue ladrar en exceso, especialmente cuando exigía su comida para saciar su hambre; en respuesta, seguro recibió golpes y el desprecio a través de los gritos persistentes. Poco a poco, el desprecio por el perro fue incrementándose hasta convertir su vida en una verdadera pesadilla. Muchas veces el animal sufría problemas digestivos, por los alimentos en descomposición que le daban, lo que aburría a ‘los dueños’, quienes no tenían la costumbre de llevarlo al veterinario para una consulta. El perrito se curaba solito, arrancando yerbas y algunos pastos de los alrededores”.
En cierta ocasión se lastimó una de las patas delanteras y simplemente fue vendado. Con el tiempo dejó de dormir en la casa que compartía con los humanos que lo querían cuando era cachorro. Creció y su figura casi rubia fue haciéndose más visible en cercanías del Mercado Satélite, a pasos de la parada de trufis que presta el servicio que va de la ciudad de El Alto a La Paz.
En medio del ajetreo de la plaza alteña creció, dejó de ser Boby y se convirtió en Choco.
Un héroe nocturno
Una vendedora que trabaja años en la plaza de Ciudad Satélite cuenta que el perrito se convirtió en un asiduo de la zona. Se echaba de panza y tenía las patas desplegadas a lo largo, soleándose. No era arisco; al contrario, le gustaba la gente y en especial los niños.
“Me acompañaba aquí”, dice y señala el lugar donde solía permanecer el perro. “La gente le alimentaba y él se hacía acariciar. Siempre estaba por aquí y no le gustaban los chorros, él los olfateaba de lejos y les ladraba”, recuerda.
Continúa contando sus aventuras: “En las noches el Choquito cuidaba a los universitarios. Llegaban los universitarios y él les esperaba hasta que bajaban del trufi. Acompañaba a los jóvenes y a las muchachas hasta sus casas. Ellos le daban comida y él los dejaba en la puerta de sus casas”.
Ella confiesa que alguna vez quiso llevarlo a su casa para darle un techo donde cobijarse del frío; pero el Choco no quería y al mínimo descuido corría hasta su plaza. Allá se dedicaba a ladrar a los maleantes y proteger a los estudiantes.
También era gustoso; por ejemplo, recibía de muy buen agrado alguna presa de pollo y era feliz con un poco de lawa.
Eso sí, como todo héroe él tuvo sus enemigos, los delincuentes empezaron a atacarlo. “Así pasaba sus días hasta que se ha enfermado porque esos mismos chorros se han vengado de él y al último lo han apuñalado”, refiere la vendedora que no quiere dar a conocer su nombre.
César es un lustrabotas que suele vestir de negro y llevar un pasamontaña en los días fríos en Ciudad Satélite. Eso sí, le gusta tomar sol cerca de la plaza de Satélite. Él fue uno de los testigos de la vida de cuando Boby se graduó de héroe. Confirma que el perrito se enfrentó a los delincuentes de la zona. “Los malhechores lo han herido, el Choco cuidaba a los mareaditos que llegaban en los trufis y aparecían los asaltantes. Había una veterinaria acá cerca y lo curaban siempre”.
El salvador del Choco
El veterinario Chambi recuerda que aproximadamente en abril de 2014 conoció al Choco: “Yo tenía mi consultorio en la Plaza Satélite, tengo mi hijo mayor que se llama Irving y él me dijo ‘hay un perrito que está mal, tú lo puedes curar, yo quisiera pagar el tratamiento’. Y yo le dije que no hable así porque yo lo podía curar gratis”.
Fueron a la plaza y el Choco no podía pararse, le pusieron un bozal y lo llevaron al consultorio que era ahí cerca. Chambi pensó que el Choco no sobreviviría, pero lo hizo. Recibió sus antibióticos y vitaminas hasta que mejoró y quiso ir de nuevo a la plaza.
Pasaron un par de meses y volvieron a atacar al Choco. “Le habían pegado ya en el lomo, estaba magullado y tenía sangre muerta, he sacado sangre coagulada de hecho. Después de eso ya estuvo bien otra vez, después de unos cuatro meses o cinco meses hemos ido con el animalito a la plaza”, comenta Chambi, quien en su hogar ya tenía una casita de madera para alojar al héroe de cuatro patas.
Nadie pagaba al veterinario y él sólo recibía el cariño de los amigos del Choco. Las personas se alegraban de ver al perrito de vuelta, aunque cada vez llegaba más débil a la plaza; pero no podía con su carácter y gruñía a los delincuentes.
Uno de los ataques más duros contra el Choco fue irreversible. Chambi le tomó una radiografía e intentó volver a hacer el milagro de siempre, rescatarlo de la muerte. El can murió al día siguiente, el 22 de octubre de 2010, se estima que tenía unos 10 años de vida. Eso sí, tuvo la fortaleza de ponerse de pie y tomarse una foto con quien en vida lo salvó muchas veces.
Los héroes no mueren
“Era como si hubiera muerto un gran personaje, harta gente ha venido, incluso el Canal 5 estaba presente”, dice Chambi. Entonces surgió la idea de enterrar al Choco en la plaza donde se vestía de héroe. Mucha gente apoyaba esta idea; pero una dirigente del mercado se opuso y dijo que el lugar no era un cementerio de animales; eso no les importó a los amigos del perrito.
Limpiándose las lágrimas, decenas de personas cavaron una fosa en el parque de Satélite y ahí dejaron el cuerpo del can. Hasta el veterinario dio unas paletadas en la tumba del Choco.
La gente que continúa en el sitio se acuerda con nostalgia del cuidador de cuatro patas. Lo recuerdan con un chaleco que le dieron para combatir el frío. Lo observan moviendo la cola cuando lo acariciaban y le daban un poco de comida.
Al poco tiempo de la muerte del Choco se decidió levantar una estatua en su nombre y con su imagen. Aunque han pasado casi diez años de su muerte, la imagen del Choco no deja de tener flores. Al mediodía siempre hay algún estudiante que va y le hace un guiño al can inmortalizado.
El veterinario Chambi no lo olvida. Él escribió un libro sobre el perrito de Satélite y otros animales fieles a los que vio crecer y sufrir. “Espero que esté listo para la Feria del Libro”, afirma.
En la plaza falta un personaje muy querido; pero, cuenta el lustrabotas César, en las noches cuando se siente el peligro en la zona hay un ladrido que no se sabe de dónde viene, pero que está ahí, cuidando a la población.
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