El miércoles 24 de mayo de 2006 murió Víctor Hugo Viscarra. Era una de esas muertes que se veían llegar, aunque existía la esperanza de que la parca se fuera a olvidar de cobrar una deuda antigua. Su ausencia se hizo más dolorosa con el tiempo. El día de su velatorio no había ramos de flores cerca de su féretro y las personas que le dieron el último adiós podían ser contadas con los dedos; tiempo después su obra mostró que era inmortal.
Hoy se cumplen 17 años de su partida y sus libros siguen vigentes, sus textos cobran nuevos bríos cuando están en manos de jóvenes que lo leen ávidos. Él era un cronista de la marginalidad paceña, investigó el lenguaje del hampa y vivió para contar. Coba, lenguaje secreto del hampa boliviano, Avisos necrológicos, Alcoholatum y otros drinks fueron algunos de los testamentos que dejó tras su paso por este mundo.
Del 18 al 21 de mayo, el Movimiento Cultural Boliviano Ulupika volvió a leer sus obras y a transitar por los caminos que él anduvo. Se demostró que el recuerdo del autor de Borracho estaba, pero me acuerdo todavía anda por ahí.
La deuda
“Una vez, antes de acomodar los cartones y sentarnos en las gradas cubiertas de grasa de la calle Baltasar Alquiza (un lujito que a veces el Vico financiaba) nos percatamos de la presencia de un hombre, recostado en la acera y sin la pierna derecha. Se había quedado tieso, ni su torpe ayudante de madera se animaba a despertarlo. Lo dejamos así y le echamos un kajj y a seguir charlando, al rato llegaron los aya kathatis (unidad de la Policía que levanta cadáveres). Un varita y los vecinos ya habían denunciado antes al charquesito. Se llevaron todo menos un palo de sombrilla que le servía de muleta. Víctor me dijo asustado ‘Yo no quiero morir así’, y los dioses le dieron gusto: se murió en una cama del Hospital Arco Iris de La Paz”, escribió Ricardo García Camacho, amigo y compañero de farras del escritor nacido en la ciudad de La Paz el 2 de enero de 1958.
Y sí, se le hizo realidad, él no murió de esa manera, abandonado. Él cayó vencido por múltiples enfermedades en una cama de hospital.
Ricardo lo recuerda a él y a su apodo, Perro. El escritor se sentía cómodo con el apelativo porque amaba tanto a los perros que en la tumba donde yacen sus restos hay la imagen de un can sentado, con las orejas paradas alertas y la mirada en dirección al vidrio. Es Calígula, el recuerdo de un can que lo acompañó y lo cuidó en esas noches a la intemperie que él relató en sus libros.
La madre
La periodista y gestora cultural Mabel Franco también conoció a Viscarra y le dedicó unas palabras en la edición del suplemento Tendencias de La Razón, el 28 de mayo de 2006. “De vez en cuando, Víctor Hugo llamaba por teléfono para preguntar si podíamos reunirnos. Por alguna razón, siempre fijaba la cita en la puerta de la Casa de la Cultura. De allí, uno podía elegir entre invitarle un té o una sopa caliente. No pedía más. En realidad, la comida parecía una excusa, pues lo que en verdad buscaba era compañía. Con su sonrisa de niño travieso, que dejaba ver su único diente aún firme, lanzaba frases plenas de humor”, escribió. Aquel texto forma parte de su artículo titulado: Lo que más buscaba de los demás era simple amistad.
Sí, el Víctor Hugo era un ser amable y lúcido. La tarateña Guetzy Nicols Iriarte lo conoció en el Bocaisapo, uno de los sitios que frecuentaba el cronista paceño. Ella lo recuerda así: “Fue impresionante el hecho de escucharlo, la manera correcta de manejar el idioma tanto el español como el quechua… nadie me hizo sentir la profundidad de su alma en sus charlas”.
El Víctor Hugo tenía sus dolores, heridas que no sólo eran físicas. Por ejemplo: su madre. Él decía odiarla. Cuando era niño ella lo golpeó con escobas, palabras y todo lo que podía lanzarle para lastimarlo. Esa llaga lo acompañó toda su vida.
Entre sus dolores físicos tenía varios. Llamaba la atención cómo respiraba teniendo una nariz quebrada; pero quizás eso era lo de menos. La cirrosis fue su compañera y enemiga durante los últimos años de su vida.
El escritor Manuel Vargas recuerda que en cierta oportunidad viajaron juntos a Cochabamba a la presentación de un libro. “Yo había llevado un maletín con libros y una muda de ropa, incluyendo un pijama. Al día siguiente pensaba regresar a La Paz. Víctor Hugo no cargaba más que la bolsa con tres o cuatro suplementos. Estaba cansado, le costaba agacharse ¿cómo se va a sacar los zapatos?, pensé. Pero no se sacó los zapatos, no se sacó nada. Levantó la frazada y se fue recostando, se tapó como sea, quejándose de que pronto se tendría que levantar para ir al baño, tres o más veces en la noche, pues su vejiga andaba a las patadas…”, este texto está en la presentación del libro La del estribo, de la editorial 3600. Esta pieza contiene toda la obra literaria de Viscarra.
Además de dolores, él tenía un vicio por la literatura. Leía desde periódicos, tuvo un affaire periodístico con el semanario Aquí, hasta libros de escritores nacidos en diversas partes del mundo; pero él seguía, con especial interés, lo que se escribía en el país. Aunque fue comparado con Jaime Saenz, él no caía en ese juego porque se consideraba superior.
No le gustaba la pose intelectual y cuando podía, escapaba de las presentaciones de libros, incluso los de él mismo. Prefería estar con un vino o con un vaso de alcohol en las manos.
Por su carácter rebelde y principalmente por sus obras, una parte del periodismo lo tildó como “el Bukowski boliviano”.
“Yo nací un día que Dios estaba borracho”, decía y así le daba una vuelta de tuerca a la frase de César Vallejo: “Yo nací un día que Dios estaba enfermo”. Eso sí, quería tener el futuro en sus manos y había decidido morir antes de los 50 años. Así fue.
La Juntucha Viscarreana
La semana pasada se volvió a leer su obra, hubo charlas compartiendo las vivencias del escritor marginal y en un concurso literario, los participantes fueron invitados a escribir al estilo Víctor Hugo. Al final se premió a los cronistas con historias parecidas a las que él hizo.
El Centro Cultural de España y la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas fueron escenarios en los cuales se trajo al presente a Viscarra y quienes más interesados se vieron por sus obras fueron jóvenes veinteañeros. Todo estuvo a cargo del Movimiento Cultural Boliviano Ulupika.
La Juntucha Viscarreana concluyó el domingo con la participación de al menos 60 personas en la ruta del escritor. Caminaron por donde se levantaron los bares: La Guerra, La Curvita, El Pezón de la Mariposa, La Thujsa Culo, El Averno o La Marujita.
La comitiva literaria anduvo por la plaza Belzu, el Cementerio General, Chijini y sus alrededores. Hubo una interpretación de su obra El K’epiri.
De la mano y la voz de Ricardo García, amigo del Perro, las letras e historias de Víctor Hugo Viscarra volvieron a tener fuerza y vigencia. Es como si él continuara vagando en busca de amigos a quienes contarles su historia de la noche paceña.
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