Elegantes y brillantes. Así aparecen a las 14:00 Martha Mamani y Teresa Zárate en el campo del hoyo 1 de Golf de La Paz. Llevan unas polleras abultadas, sus sombreros borsalinos y las trenzas perfectamente peinadas, adornadas con unas tullmas negras. En vez de las ballerinas que usan tradicionalmente las mujeres de pollera, ellas calzan unas zapatillas de golf.
Teresa jala un carrito, en el que carga sus palos reglamentarios de golf. Martha lleva los suyos en la mano derecha.
Caminamos unos metros, pasamos por el hoyo 2 y en el hoyo 3 están listas para mostrar a Página Siete el dominio que tienen del deporte que aprendieron hace casi 30 años, mientras trabajaban en el mantenimiento de las 52 hectáreas del campo de La Paz Golf Club. El profesor paraguayo Ángel Jiménez les enseñó todas las reglas y las convirtió en golfistas profesionales, que más de una vez se midieron en campeonatos internos del Golf.
Cada una saca su tee, un pequeño soporte que plantan sobre el green, como se llama al césped tupido de la cancha de golf, y colocan encima la pequeña pelota. Eligen el palo adecuado, se preparan para el swing (movimiento para golpear la pelota) y dan el tee de salida con el driver, el palo para el primer golpe.
El movimiento de las polleras de las golfistas que viene con el swing le da seguramente un encanto único al golf en La Paz, a más de 3.600 msnm.
“Veía jugar y me gustaba, hasta ahora me gusta muchísimo, por eso cuando las señoras del club nos invitaron a jugar, aceptamos. Dos campeonatos jugamos con ellas. Por la pandemia ya no estamos participando”, dice Teresa Mamani. Tiene 55 años, cinco hijos y juega golf prácticamente desde los 20, cuando llegó a trabajar al Club de Golf de Mallasilla. “Veíamos cómo los varones que trabajaban con nosotras jugaban, aprendían todo lo que veían de los jugadores. Éramos cuatro mujeres y ellos siempre nos animaron a jugar, nos apoyaron. Las señoras del club, Verónica, Mónica y Cecilia, también no apoyaron. En 1997 jugamos uno de los campeonatos. Nos fue bien, había premios”, añade Martha Quispe. Ella tiene 50 años y dos hijos.
Sólo quedan las dos de aquel equipo de golf de cuatro cholitas que tuvo La Paz Golf Club. Andrea Quispe y Martha Mamani se jubilaron y dejaron ese hermoso campo verde incrustado en un cañadón y que tiene como fondo el Illimani.
Desde Inquisivi
Martha y Teresa nacieron en dos comunidades diferentes de la provincia Inquisivi de La Paz, pero sus destinos estaban unidos. Primero por su trabajo en el Golf y luego por la pasión por el deporte. Fueron contratadas al mismo tiempo para, junto a otros trabajadores, encargarse del mantenimiento del campo.
Entonces Martha tenía 15 años y Teresa 20.
“En el Golf trabajaba mucha gente de Inquisivi porque el ingeniero Morales, que llegó a la provincia, nos fue recomendando”, explica Teresa.
La mujer recuerda su primer día de trabajo y la impresión que se llevó al ver que la “cancha” que le dijeron que tenía que ayudar a mantener impecable tenía una extensión de más de 50 hectáreas.
“Escuchaba decir que había que limpiar una cancha, que un día se hacía una cosa y al día siguiente otra, y dentro de mí pensaba ¿cómo no se va a poder limpiar una cancha en un día? Cuando vine a trabajar, vi que era una cancha gigante”, cuenta y estalla en una risa que contagia a su amiga Martha. Las dos se ríen y siguen recordando su vida en el campo de golf. Es el primer y único trabajo que tuvieron.
“Cuando llegué, el jefe me dijo: ‘Mirá esta plantita, la tienes que cuidar, si no crece, te descontaré de tu sueldo’. Cuidé la plantita que se volvió un árbol”, dice Martha. Mira a su amiga y vuelven a reír a
carcajadas.
El profesor Jiménez
Estas dos cholitas, junto a Andrea Quispe y Martha Mamani, ya eran jugadoras de golf que participaban en torneos internos de La Paz Golf Club, hasta que llegó el profesor Ángel Jiménez, el golfista paraguayo, que las profesionalizó.
“Nos veía jugar y nos decía: ‘¡Chicas! Vengan, siéntese aquí’. Y nos explicaba lo técnico. Éramos jovencitas. Ya no tengo su número de teléfono, quisiera mandarle un saludo”, dice Teresa embargada de agradecimiento.
Martha también se emociona al hablar del golfista. “Ese miedo que teníamos las mujeres de pollera él me ayudó a vencer para jugar golf. ¡Gracias profesor Ángel!”, expresa.
“¡En todo tenemos que participar, tenemos que ser valientes!”, afirma Teresa.
“¡Sí, tenemos que llegar a todos los torneos!”, replica Martha.
“Este es un deporte de mucha paciencia. No hay que renegar porque peor sale el tiro; hay que jugar con calma”, recomienda Teresa antes de ponerse de pie y dar por terminada la entrevista.
Pasan unos minutos de las 15:00 y junto a su compañera de trabajo, de vida y de juego tiene que volver a su rutina en La Paz Golf Club. De su cuidado del campo depende que nada interrumpa el juego que acaba de iniciar un grupo de socios de club cerca del hoyo 3.
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