Hugo Pozo, medio siglo de risas que empezaron con un niño introvertido y disciplinado

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Cuando estaba en la escuela, su personalidad introvertida y lo tímido de su actitud no pronosticaban que luego pasaría 50 años de su vida frente a cientos de personas y haciéndolas reír. Pero el talento de Hugo Pozo Arias pudo más y aunque no tenía una fórmula mágica ni sabía cómo lo iba a lograr, sí tenía claro el camino.

“Obviamente tenía mis cositas, por así decirlo, pero era bastante serio y la timidez me perjudicaba en mi desplazamiento en la sociedad. Ya más grande empecé a tener más amigos en mi barrio, hicimos club y mucho deporte. Si había una obra cívica, yo participaba y esos eran los primeros pasos que yo sin darme cuenta ya estaba dando”, recuerda.

Nació en 1949 y nunca se alejó de su nido paceño: Miraflores. Pasó por el Colegio Don Bosco y al salir bachiller estudió siete años en el Teatro Nacional Popular. Esa primera meta era ser un actor profesional y del género romántico.

Guillermo Aguirre fue su mejor amigo. Hugo lo quería mucho. Y Aguirre también. Éste ya llevaba algunos años en ajetreos y sueños de cine. Cuando tenían que viajar juntos, le decía: “No me gustaba viajar con vos porque por ahí nos morimos juntos”, cuenta.

Origen, aprobación y nervios

“Mi mamá se llama María y mi papá José, yo tendría que haberme llamado Jesús (se ríe)”, dice el comediante. “Los papás son más tradicionalistas y para ellos las actividades de teatro no tenían mucho futuro. Mi papá me decía que me dedique a mis estudios (carrera de psicología) y que no estaba de acuerdo con la situación. Ella me apoyo, pero me pidió no descuidar los estudios: ‘si te gusta actuar, pues hazlo hijo’, me dijo”, rememora el artista.

Fueron muchos años asistiendo a ensayos y entre fotocopias e impresos de sus diálogos. Tenía papeles menores, actuaba como extra y si le decían que debía actuar de árbol, lo iba a hacer. Su primer papel en una obra fue en la que se retrataba la vida de Juana Azurduy de Padilla, un guion de Andrés Lizárraga. Ese primer encuentro con el público lo encontró nervioso, con titubeos en sus diálogos e inexperto.

Tito Landa, director de teatro fallecido, fue el cazatalentos que llevó a Hugo a una compañía mucho más grande. Actuó en Escuela de Pillos, de Raúl Salmón de la Barra. Landa le dijo a modo de advertencia que hacían teatro popular, Hugo no tenía problemas con ello y aunque se formó como actor de drama, la chispa se encendía cuando se inclinaba al humor y las risas.

Pero los frutos no tardaron en desarrollarse y un día su mamá le dijo: “Me han dicho mis amigos que te habían ido a ver, seguí nomás hijo”. La primera vez que José y María fueron a ver a su hijo Hugo al teatro fue el día en que recibió la venia a su labor como actor de teatro, de cine, de spots y principalmente en temáticas con afinidad al humor.

“Ahora toda mi familia se siente orgullosa, la gente que siempre me está apoyando, en mi barrio, mis amigos y todo el mundo, es una sensación bonita que tengo actualmente”, confiesa.

Hugo tiene dos hijos: Guery y Milenka. El primero le siguió los pasos y también se dedica a la actuación, mientras que su hija tiene una carrera asociada con los números.

Los disciplinados, para ellos sí

“Somos muy pocas las personas que vivimos del arte. Yo he seguido (durante la pandemia) y sigo trabajando en esto que es el teatro”, dice Pozo desde la ciudad de Oruro, a donde fue porque celebra sus 50 años trabajando. “He tenido como cualquier actividad muchísimos vaivenes, nos llegan cosas positivas y negativas. Para ser un buen artista se necesitan tres condicionantes: disciplina, puntualidad y entrega al trabajo, aquella persona que tenga estas condiciones puede ir muy lejos. Y es algo que siempre les digo a mis alumnos, porque también estoy dictando clases hace 32 años”, dice el artista, a quien los años le han dado una voz sabia y calmada.

Pozo ha visto pasar frente a él a muchas personas talentosas, pero indisciplinadas. Eso los dejó en el camino y dio paso a que otros en la misma carrera avanzaran.

“Yo sigo pensando que las nuevas generaciones tienen que tener, aparte del talento, mucha disciplina”, aconseja.

De las 32 películas que filmó, Chukiago fue la primera. Luego Mi Socio, filmada hace 40 años, fue un nuevo salto en su carrera. “Y la película que me proyectó a nivel mundial fue Américan Visa, en la que trabajamos con Kate del Castillo. Es una actriz conocida a nivel mundial. Y claro, en México la película la presentaron como una película mexicana y en Bolivia la presentaron como una película boliviana, pero los más favorecidos fuimos los actores bolivianos, ya que nos proyectaron a nivel mundial”, dice entre ajetreos por sus nuevas presentaciones.

Siete minutos de aplausos

Su primer protagónico fue en la obra Santiago de Machaca y con la que llegaron al Festival Internacional de Teatro en Chile. “Tuvimos la satisfacción de actuar ante 6.000 personas. El público se puso de pie y durante siete minutos nos aplaudieron. Esa fue una satisfacción increíble y me gustó muchísimo”, expresa.

Con la obra El Sambo Salvito cosechó otros éxitos. “Es una de las más escalofriantes leyendas paceñas de la cual yo hice la adaptación teatral y, claro, dentro de la comedia sigo todo lo que es el drama turco”, expone.

Como festejo decidió iniciar un tour por todo el país, lo que lo tiene muy ocupado. No es solo actuación, también ve temas administrativos, de logística y acuerdos o convenios para que cada función sea una realidad. Además que es muy exigente consigo mismo.

“¡Ayyy Warjata!”

La primera vez que se hizo fila en el popular Cine México de la ciudad de La Paz fue para ir a reír. Las butacas eran codiciadas por todos. La creación de un personaje fue un rotundo éxito. Ringo Guarachi Vergara, más conocido como el Warjata, es la obra del teatro popular que rompió taquilla.

“Asistieron más de 70.000 personas a nivel nacional e internacional, mis antecesores, y mis colegas me decían que fue la primera obra de teatro en la que la gente fue a dormir para comprar entradas para el día siguiente. Realmente fue una satisfacción muy linda”, habla con orgullo el actor paceño.

El Warjata levantó la carrera del artista cuando algunas de sus presentaciones empezaron a repetirse o ser predecibles. Este es un personaje feliz y ocurrente que viste de forma estrafalaria. Ese personaje le permitió, como las grandes obras, tener secuelas y fans.

“La risa de los niños es lo que me hace muy feliz, sobre todo cuando estoy en el teatro. La felicidad que sienten cuando ven algo que les gusta hace que personalmente se mueva lo más hermoso que tengo dentro de mí. Esa felicidad no la puedo cambiar por nadie porque la risa de los niños es muy, pero muy sincera”, revela el artista, para quien la ternura existe en los pequeños.

Hugo Pozo festeja trabajando, pero también disfruta de su plato favorito papas a la huancaina, de la música tropical y de su equipo Bolívar. Si se trata de vacaciones, para él hay un destino: Bolivia.

 

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