En la ciudad de la eterna primavera

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Cada vez que aterrizo en su corazón, siento el cálido abrazo de su bandera, hecha de un inmenso cielo celeste y del ánima de mujeres valientes. En la colina de San Sebastián se respira libertad, concordante con la naturaleza de los dioses que habitan en el valle, un escenario sagrado rebosante de bondades, enaltecido mediante el suave trinar de los jilgueros.
Siempre he sido bien recibido, porque sabe que mi sangre también es la suya, enlazándome a su apasionada cultura, albergó mis letras entre sus calles, demostrándome su amor recíproco; ahora entiendo a Javier del Granado, cuando dijo que por ella se hizo poeta, un idilio eviterno que se aviva al caer la noche, un consuelo que reposa en los jardines de su eterna primavera.
Cuando ya nadie me comprende; la LLajta lo hace, con sus sorbos de chicha y sus cuerdas de charango, Aranjuez me sostiene, con su compañía seductora y su clima placentero. Mi fervor hacia la tierra valluna, se hizo un juramento de honra, el día en que volví a nacer de sus manantiales, en conexión con los espíritus protectores de la tribu Yuracaré, mis ojos descubrieron la magia que oculta en sus verdes paisajes.
Villa Tunari me alimentó en su regazo; desde muy pequeño, obsequiándome una imaginación paradisiaca, y un impetuoso deseo de inmortalizar su belleza beatífica, a través de los versos que se deslizan en mis manuscritos. Envuelto en su aura, llené mis pulmones con su energía, venerando sus cascadas y sus nogales, saqué provecho de la sabiduría ancestral que muchos ignoran.
¿Y cómo olvidarme del sabor de su boca? Dulce caña de azúcar, canela en garapiña, sus poros despiden un delicado aroma de orquídeas, y sus ojos llevan el caudal del río Guapay; reina soberana de la “madness”, de piel nube con pedrería, su sonrisa produce una inspiración balsámica, en noches retóricas que se descontrolan al son del Carnaval de la Concordia.
Las monteritas revolotean de contento, en sincronía con el zapateo del Salay, vínculo de abundancia y prosperidad. Ciudad combativa, contestataria como la voz de Adela Zamudio, “ausente, pero no perdida”, pues sus obras siguen alborotando las mentes, mediante frases picantes que van dejando una exquisita fragancia de quirquiña, deleite de conocedores, llajua boliviana.
A la vista del Sol de Septiembre, símbolo de libertad y testigo de grandes hazañas, el coraje de su gente continua latente; en medio de una reñida competencia, el Equipo del Pueblo y el Imperio Escarlata se disputan el título al mejor cochala, mientras la afición vitorea a los contendientes, en la atmósfera se manifiesta la pasión que sienten por sus colores.
¡Qué mi testimonio sirva de homenaje, para tan magnánima metrópoli! ¡Valor y constancia contra la tiranía! “This is Cochabamba baby”, “ciudad de mágico encanto”, tierra de emociones etéreas; una pradera de maravillas celestiales, amparadas por la dulzura de su lenguaje, un elixir de vida, pletórica de manjares sustanciosos.

El autor es comunicador, poeta, artista.

La entrada En la ciudad de la eterna primavera se publicó primero en El Diario – Bolivia.

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