Resulta extremadamente doloroso escuchar noticias sobre abusos sexuales a niños por parte de miembros de la iglesia católica. Pensábamos que ese tipo de situaciones eran ajenas a nuestra realidad; lastimosamente, las dos últimas semanas nos han demostrado lo equivocado que estábamos.
Las noticias “virales” sobre el sacerdote Pedrajas son verdaderamente escalofriantes. El diario del “Padre Pica”, en los pocos fragmentos que se conoce, son de terror; la frialdad con la que describe los abusos que ejercía en contra de niños en situación de vulnerabilidad generan asco y repudio.
Al ser delitos de orden público se espera que todos los involucrados de manera directa e indirecta sean castigados con toda la rigurosidad de la ley, pues, en definitiva, es igual de culpable el que a sabiendas de estos hechos no los denunció a su debido tiempo. Repito, son delitos públicos y no pueden ser analizados solamente por la ley canónica, hacerlo de este modo sería ser cómplice directo del hecho delictivo. De igual modo, llaman la atención los pronunciamientos y denuncias de exsacerdotes y de algunos exestudiantes ignacianos -20 años después de acaecidos estos hechos-. ¿Por qué no lo hicieron en su momento? Su silencio también es cómplice y sus pronunciamientos solo caen en un simple afán de notoriedad, y por qué no, de revanchismo político.
Es necesario aclarar que todos los delitos son “intuito persona”, es decir, son personalísimos; las conductas delictivas individuales no presuponen delitos institucionales. Si bien la Compañía de Jesús tiene mucho que explicar sobre los abusos de “Pica”, y de cualquier otro sacerdote jesuita, esto no refiere a que toda la Compañía de Jesús haya cometido o encubierto este tipo de actos. Obviamente, esto no impide que, todo aquel que requiera ser investigado por estos hechos lo sea sin ningún tipo de restricciones o privilegios, pero siguiendo los lineamientos del debido proceso, pues una cosa es buscar la consecución de la justicia y otra muy distinta la instrumentalización de la misma con afanes revanchistas, donde el abuso de poder es totalmente palpable y evidenciable.
Otro aspecto a analizar sobre estos actos tiene que ver directamente con la pertinencia o no del voto de castidad por parte de sacerdotes y religiosos. De manera totalmente equivoca se viene tratando al voto de castidad como causa primaria de estos abusos. Este extremo no es para nada cierto, ya que el gran porcentaje de abusos hacia menores (por lo menos en nuestro país), se dan en el seno familiar. Solo con este dato, la hipótesis de que el celibato es el gran causante de estos abusos cae en saco roto. Lo que no logro entender, en todo caso, es la respuesta tibia por parte de algunos obispos y religiosos que sugieren revisar el voto de castidad. Con este tipo de posturas añaden más sombras en un tema que requiere de mucha luz.
El problema, bien lo mencionó el fallecido Papa Emérito Benedicto XVI, se centra en la deficiente formación intelectual y espiritual en los distintos seminarios, donde los textos de F. Nietzsche, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Michel Foucault, etc. (todos ellos baluartes de la homosexualidad y de la pedofilia), son leídos y estudiados con llamativo entusiasmo, dejando de lado el rigor en la oración y la profundización de la Fe. Obviamente, la problemática es más amplia, pero creo que es un buen punto de partida para empezar a escudriñar sobre la implicancia de estos hechos con los abusos a menores de edad por parte de algunos clérigos y sacerdotes. Las vocaciones deben ser discernidas con mayor profundidad; quizás la desesperación de conseguir nuevas vocaciones impide ver con los ojos de la Fe y de la Razón que la Iglesia se va a ir achicando con el paso del tiempo, hasta que queden –como lo profetizó Joseph Ratzinger– un pequeño grupo de convencidos.
El acompañamiento a las víctimas de este tipo de delitos debe ser esencial, escuchando, ayudando y acogiéndolas a todas, resguardando su identidad y coadyuvando a su fortalecimiento integral. Tampoco se puede dejar de lado y mucho menos menospreciar toda la labor de las instituciones educativas católicas en el país, pues no todos los sacerdotes son pederastas. La iglesia es Santa y Pecadora; de los pecados y delitos seguramente ya se ha escrito varias páginas, pero sobre la santidad y luz que refleja la Iglesia en más de dos mil años de existencia no alcanzarían ni mil libros.
El autor es Teólogo, escritor y bloguero.
La entrada Entre la santidad y el pecado se publicó primero en El Diario – Bolivia.
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