Ellas hablan, la película de la canadiense Sarah Polley, basada en las violaciones a mujeres menonitas en Manitoba, Santa Cruz, lleva a muchas lecturas, interpretaciones que se dan desde que el filme fue estrenado en Bolivia, a inicios de marzo de este año.
Para mí, que en 2022 realicé una investigación con Página Siete sobre las colonias menonitas radicales en Santa Cruz, a raíz de una serie de denuncias de violación a los derechos humanos, Ellas hablan es un relato poético de la vida en blanco y negro de las mujeres de ese grupo de anabaptistas que vive detenido en el tiempo, con reglas estrictas y prohibiciones que deben cumplirse sin cuestionar para ir al cielo después de morir.
La película es una adaptación de la novela del mismo nombre escrita por la también canadiense Miriam Toews, quien nació en una colonia menonita radical de su país, de la que salió al cumplir la mayoría de edad.
Conocedora de la vida de las mujeres dentro de esos grupos, Miriam tomó el caso de Manitoba, donde, en 2009 se supo que más de 150 mujeres, entre niñas y adultas, fueron violadas mientras dormían, sumergidas en un sueño más profundo de lo normal provocado por un “spray hipnotizante”, como lo llamaron las autoridades bolivianas. Las mujeres casadas fueron ultrajadas incluso con el esposo durmiendo al lado, también sedado por el químico.
Les dio voz a las víctimas e imaginó cómo hubiese sido si ellas, yendo contra las reglas y prohibiciones, se hubiesen reunido para decidir qué hacer ante el hecho de que sus agresores regresarían a la colonia y ellas tenían 48 horas para perdonarlos, como manda su religión. El perdón es un valor fundamental en la religión de las colonias porque asegura un lugar en el cielo.
La nueva vida
En cada escena, en cada diálogo de las mujeres, que son las principales protagonistas del filme, en establo, clavado en medio de un campo que Sarah Polley muestra lleno de color (una hermosa fotografía), contrastando con la vestimenta oscura de ellas, venían a la mente nombres como el de Anna W., una joven que apenas cumplió los 18 años huyó de la colonia Nueva Esperanza con su novio Peter para casarse con él y estudiar.
En las colonias menonitas radicales, la educación está basada en el aprendizaje de las cuatros operaciones básicas de las matemáticas (suma, resta, división y multiplicación) y la memorización de un libro de catequismo en Plattdeutsch (alemán bajo). La escuela dura siete años, pero para las mujeres sólo seis.
Hablé con ella en Hacienda Verde, una comunidad fundada en San José de Chiquitos, Santa Cruz, por menonitas que salieron huyendo antes que ella de diferentes colonias radicales y se declararon “libres”. Allí la joven decía que lo que más le gustaba de su nueva vida era vestir de colores; ya no de oscuro, y cubriendo su pelo con una pañoleta también oscura. Mientras decía eso, miraba y mostraba con un ligero tirón la blusa que vestía: blanca entera, adornada en el pecho con cientos de lentejuelas también blancas, pero brillantes.
Algo que también le gustaba era que podía hablar y ser escuchada, que sus opiniones contaban, según decía. En su idioma, el alemán bajo, interrumpía a su esposo Peter cuando él decía algo con lo que seguro ella no estaba de acuerdo. Pese a su edad y a su frágil aspecto, Anna se veía fuerte y determinante. “Tampoco tengo que mostrarme triste”, afirmaba.
En las colonias radicales se afirma que “la vida después de la muerte es todo lo contrario a lo que se vivió en la tierra. Si se fue feliz en la otra vida, se es triste”, comentaba William Kehler, menonita que también huyó de una colonia radical con su esposa y tres hijos.
Anna se casó con Peter por las leyes bolivianas y en Hacienda Verde le brindaron una casita de un solo ambiente para vivir. El interior, limpio y ordenado, estaba pintado de un rosa entero, con unas cortinas del mismo color, igual que la colcha que cubría la cama.
Volver a lo mismo
Mientras veía las escenas en las que las mujeres debatían qué hacer ante el regreso de sus atacantes (nada, quedarse y luchar o irse) porque sabían que el ultraje que sufrieron no era fruto de su imaginación o de una posesión demoníaca, pensaba en Anna J.
Ana, de 17 años, huyó de su colonia y cuando fue encontrada por sus padres, con ayuda de las autoridades bolivianas, reveló que escapó porque no soportaba que su padre la siguiera violando, igual que a sus tres hermanas menores.
Un grupo de menonitas fue a buscarla a San José de Chiquitos, de donde prácticamente la secuestraron de las oficinas de la Defensoría del Pueblo, y se la llevaron nuevamente a su colonia y no se supo más de ella. Un año después reapareció para retirar la denuncia contra su padre.
También pensé en María H., que decidió salir de su colonia, Sabinal, también en Santa Cruz, para denunciar que su esposo y su cuñado, en estado de ebriedad, la habían ultrajado. Fruto del ataque quedó embarazada, ella aseguró que de su cuñado. Las autoridades de la colonia no la oyeron y su esposo en represalia la golpeaba. Su padre la auxilió, enfrentó a los líderes y la acompañó a hacer la denuncia.
El final de la película Ellas hablan se da cuando las mujeres atacadas sexualmente deciden huir de la colonia, dejar el lugar donde nacieron, el único que conocen, algo real en las mujeres de las colonias radicales. Para mí, la decisión es la única que queda a los menonitas que no quieren vivir más bajo reglas y prohibiciones que atentan hasta contra sus derechos humanos.
No es común que las mujeres huyan solas de la colonia, siempre lo hacen con el novio o el esposo. Como lo hizo Gertruda J. hace más de 20 años. Escapó con su esposo Paulas y se refugiaron en Villa Nueva, otra comunidad formada por menonitas que se declararon libres.
Ahí tuvieron sus hijos. O como la esposa del pastor William Kehler, ya fallecida, que hace 30 años, un día en que sus hijas llegaron de la escuela menonita “repitiendo nuevamente que todo era pecado”, decidió con su esposo salir de la colonia en busca de una nueva vida en un mundo casi desconocido.
Desde la primera escena de Ellas hablan, recorrí junto a la trama las experiencias compartidas por mi colega Ivone Juárez en los reportajes Los violadores de Manitoba y Una vida en blanco y negro para alcanzar el cielo -ambos publicados en Página Siete- que develaron para mí la tragedia de una muerte en vida para miles de mujeres de las colonias menonitas, que están no solamente postergadas en sus derechos a la educación y al desarrollo, sino sometidas a una violencia sexual estructural e impune.
La película de Sarah Polley describe lo que a Ivone le contaron las pocas mujeres que han podido salir de estas colonias radicales que, a pesar de que estamos en pleno siglo XXI, siguen esclavizando y condenando a un silencio eterno a las mujeres (y en muchos aspectos, también a los hombres). Ellas hablan es una película interesante por esa razón, aunque creo que, comparando con la vivencia periodística que se cuenta en esos reportajes y que es incluso posible atestiguar cerca de nuestras ciudades, es sólo una parcela de lo que constituye la vida dentro de estas colonias en nuestro país y en otras de la región.
Las investigaciones determinaron la culpabilidad de nueve varones menonitas que se autoinculparon ante las autoridades de la colonia Manitoba. La justicia boliviana los condenó a 12 y 24 años de cárcel. A excepción de uno, todos se acogieron al derecho al silencio porque no hablaban español, sino Plattdeutsch (alemán bajo) el idioma de los menonitas que está en desaparición.
Los acusadores fueron sólo varones, no las mujeres agredidas sexualmente, por prohibiciones religiosas de la colonia, según informó en agosto de 2022 a Página Siete el fiscal que estuvo a cargo del caso, Freddy Pérez Chavarría.
“Lo que dificultó el trabajo fue ese patriarcado en la colonia, donde la mujer depende de lo que diga el hombre, no habla y es temerosa. Por eso muchas prefirieron callar y en el proceso no se incluyó a todas las víctimas”, señaló Pérez.
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